28 de abril de 2024

Del desagüe a la cancha: la ruta verde del agua negra

Del desagüe a la cancha: la ruta verde del agua negra

29 de noviembre de 2018, 15:27 Hrs.
Autor: - Aleida Rueda  
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Cada año, en México se generan más de 7 mil millones metros cúbicos de aguas residuales. De ellas únicamente se trata el 40%. Aunque hay más de 2 mil plantas de tratamiento municipales en todo el país, hay un tipo de tratamiento que está ganando cada vez más adeptos por su bajo costo y su eficacia para limpiar agua a través de procesos naturales: los humedales. Y aunque no todos están funcionando al 100 por ciento, ya hay algunas excepciones. Un humedal mexiquense está tratando sus aguas negras para enverdecer su cancha de futbol y, de paso, mejorar la vida de la comunidad.

Aleida Rueda

Quien la ha experimentado conoce bien la indescriptible e insoportable sensación de vivir en una zona que huele mal, fétidamente mal. Una familia, en el pequeño poblado de Santiaguito, en el oriente del municipio de Texcoco, tenía esa sensación permanentemente. Desde 1992, cuando construyeron su casa, adquirieron como vecino un cárcamo en donde se vertían todas las aguas negras del barrio. Así que durante más de 30 años su traspatio olía literalmente a mierda.

Pero hoy que los visito, bajo un sol intenso de agosto, no hay ni rastros de esa marca pestilente. A pesar de conservar el cárcamo, el terreno que le sigue a su traspatio tiene una pinta de frondoso jardín del que brotan lirios, tules y alcatraces. Mis fosas nasales se esfuerzan en escanear el aire, pero no, malos olores, ninguno.

El cambio inició hace 5 años, cuando Santos Vázquez Cervantes, padre de la familia, médico zootecnista y profesor de la Universidad Autónoma de Chapingo, harto de la pestilencia, decidió convocar a sus amigos. “Ecólogos, biólogos y topógrafos, todos profesores de Chapingo como yo, empezamos a trabajar para convertir la zona de desagüe en una planta biológica de tratamiento de aguas residuales, que se conoce como humedales”, me platica Santos.

El equipo trabajó durante meses. Con los recursos que lograron gestionar del municipio de Texcoco y, mayoritariamente, de Chapingo, Vázquez y su equipo hicieron el levantamiento topográfico, el diseño y la construcción de las distintas etapas de la instalación, y en menos de un año comenzó a funcionar lo que veo ahora: una planta de tratamiento única en su tipo en el Estado de México. 

¡Aguas con las aguas negras!

El cárcamo de Santiaguito olía mal porque en él se acumulaban las aguas residuales de 1,500 hogares del pueblo. En ellas, venían disueltos distintos tipos de materia orgánica, desde desechos humanos y animales hasta detergentes, aceites  grasas, y demás sustancias de uso doméstico e industrial. El problema con estas aguas tanto en el pequeño pueblo como en el resto del país, es que son muchas y muy poco porcentaje de ellas se reutiliza.

De acuerdo con el informe “Agenda Ambiental 2018, diagnóstico y propuestas”, presentado por investigadores de la UNAM hace unos días, México ha fracasado en su manejo de aguas residuales pues la mayoría de ellas termina mezclada con cuerpos de agua ‘limpios’ o son reutilizadas para el riego sin tratamiento alguno, lo que pone en un indeseable contacto a diversos patógenos con las hectáreas que producirán alimentos tarde o temprano.

De hecho, el informe subraya que México es el segundo país en el mundo, después de China, que utiliza en mayor medida agua residual cruda para el riego. La consecuencia es que la población está en contacto con agua y alimentos que podrían tener una gran cantidad de metales pesados, residuos de disolventes industriales o plaguicidas, entre otros, que están propiciando un incremento de enfermedades crónico-degenerativas o infecciosas intestinales, como la diarrea.

Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT, 2012) en 2010 las enfermedades infecciosas intestinales fueron la 5ta causa de muerte de niños menores de 5 años; 1.39 millones de niños enfermaron de diarrea, de los cuales murieron 852.

Por eso, no es casualidad que haya tantos especialistas alarmados sobre la necesidad de que haya mejores controles, normas y procesos para mejorar la calidad las aguas tratadas. Y una de ellas, los humedales, va tomando cada vez más fuerza.

Llévele el litro de agua tratada

No es la primera vez que a alguien se le ocurre construir un humedal para tratar aguas residuales. Armando Rivas, especialista en humedales de tratamiento del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA), en Morelos, me cuenta que estos procedimientos se llevan a cabo desde hace 30 años en diversas partes del mundo.
“En México iniciaron en los años 90 pero en los últimos años se han multiplicado y diversificado”, afirma Rivas.

El Inventario de Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales 2017 de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) indica que, hasta 2016, había un total de 275 humedales de tratamiento activos en todo el país, pero según los registros del IMTA, podrían ser alrededor de 500.

La razón de que los humedales de tratamiento estén adquiriendo cada vez más adeptos en todo el país es que, de todos los tipos de plantas de tratamiento que existen, los humedales ofrecen la ventaja de no requerir electricidad para funcionar; además de que su operación y mantenimiento tampoco requiere mucha inversión.

“Si queremos agua con un nivel de tratamiento con remoción de nutrientes, el metro cúbico de agua de una planta electromecánica nos costará entre 4 y 6 pesos, mientras que el mismo metro cúbico de agua tratada con un humedal saldrá entre 80 centavos y 1 peso mexicano. Así que sí hay una diferencia”, me explica Rivas.

También difiere en el equipo necesario para tratar el agua: “en un humedal, si se le acaba el filo al machete para cortar la vegetación, pues solo le sacas filo y sigues trabajando. En otras plantas, si se descompone una refracción de una bomba, por ejemplo, deja de funcionar todo. Lo sé porque he visto plantas paradas durante años porque algún equipo falla”, dice el especialista.

Pero quizá la mejor razón que han encontrado personas como Santos para montar un humedal de tratamiento es que no es necesario aplicar ningún químico pues el agua se limpia únicamente mediante procesos propios de la naturaleza.

Naturalmente, de negra a gris

Rivas compara al humedal con nuestro proceso de digestión: así como nosotros requerimos de la boca, el tubo digestivo y el estómago para deglutir nuestro alimento, los humedales deben estar compuestos por distintos “órganos”, o etapas, para ir limpiando el agua.

Esos órganos son diversos sustratos (arena,  grava,  arcilla), con  distintos raíces y rizomas de vegetación. Cuando el agua pasa a través de ellos, ocurren procesos fisicoquímicos y microbiológicos que van removiendo los contaminantes del agua.

Ese es el proceso que aplicó Santos Vázquez en su humedal de Santiaguito: al cárcamo de su traspatio llegan cerca de 80 mil litros diarios de aguas residuales, procedentes de los 1,500 hogares que conforman el barrio.

Mediante la labor de las bacterias que se alimentan de los desechos orgánicos, se van eliminando contaminantes más grandes como los restos de materia fecal, de manera que poco a poco las aguas negras se van volviendo grises. Luego una bomba que funciona por paneles solares impulsa el líquido para que fluya desde el cárcamo hacia el humedal.

El humedal está compuesto por cuatro zonas de vegetación y sustratos, una primera compuesta por lirio; luego, una base de tule; le sigue una zona de tezontle; después, otra zona de tezontle más fino; para terminar en una cama de vegetación natural y cubierta, durante buena parte del año, por alcatraces.

Rivas, quien ha pasado muchos años de su vida, entendiendo cómo funcionan los humedales me explica cómo es que estas capas de vegetación limpian el agua: “las plantas, en presencia de energía solar, generan la fotosíntesis, producen oxígeno que va a dar a la zona de las raíces y entonces se genera una biopelícula en toda la superficie del humedal, esta biopelícula está compuesta por los microorganismos (bacterias, hongos, protozoos, principalmente) que se alimentan de las partículas contaminantes disueltas en el agua residual. Ellos son las estrellas de este tratamiento”.

En una especie de círculo virtuoso, el oxígeno que producen las plantas es lo que mantiene vivos a los microorganismos que nutrirán a las mismas plantas, tras convertir los contaminantes en nutrientes.

Como en el ajedrez, cada pieza tiene su función y se mueven en función de cada jugada, en los humedales cada unidad de tratamiento lleva a cabo una función (sedimentación, absorción, precipitación o filtración) y se moverán en función del tipo de contaminante que hay en el agua residual.

Al final, la pequeña planta de Santiaguito produce 18 mil litros de agua tratada diariamente que, según resultados del Laboratorio de Microbiología de Chapingo, satisface los requerimientos para riego. El fétido traspatio se transformó, finalmente, en una elegante e inodora planta de tratamiento biológica.

Las estrellas de los humedales

*Bacterias: remueven la contaminación orgánica del agua al liberar hacia la atmósfera compuestos gaseosos del carbono; hidrolizan el nitrógeno orgánico y lo transforman hacia formas asimilables para las plantas (como ion amonio y nitrato); pueden reducir ion nitrato a nitrógeno gaseoso, que se libera hacia la atmósfera. Además, transforman formas insolubles de fósforo a formas solubles y asimilables por las plantas.

*Protozoos: Se alimentan de bacterias lo que ayuda a regular la población bacteriana que descompone la materia orgánica.

*Hongos: Se alimentan de restos de organismos –restos de alimentos, residuos de plantas...–, contribuyendo, por tanto, a reducir la carga orgánica contaminante del sistema.

 

Chiquita pero eficiente

Frente a la crisis hídrica del país, nadie pondría en duda la necesidad de tratar aguas residuales. El problema es la falta de eficiencia de las plantas de tratamiento. Los autores del informe “Agenda Ambiental 2018, diagnóstico y propuestas”, advierten que “sólo se reportan como tratados 129 m3/s (57%) de los 212 m3/s de aguas residuales municipales colectadas. Por otra parte, solo 54% de las plantas menores a 100 litros/segundo funcionan, y solamente 25% lo hacen de manera adecuada”. En consecuencia, afirman, “más del 50% de las plantas de tratamiento municipales en México presentan una calificación global de pésimo a mal funcionamiento”.

Lamentablemente, lo mismo ocurre con la mayoría de los humedales que se han construido en los últimos años en el país. Armando Rivas me dice que la gran mayoría funciona a menos del 30% de su capacidad. ¿Por qué? “Básicamente, porque muchos de los que trabajan en humedales de tratamiento no tienen experiencia en diseñarlos”, responde.

El problema se reduce a un asunto de matemáticas. Para diseñar una planta es necesario hacer cálculos de cuánto espacio se requiere por habitante. Este cálculo puede variar entre 3 y 10 metros cuadrados por habitante, y dependerá de las condiciones de cada sitio (suelo, clima, actividades, cantidad y calidad de agua, etcétera).

“Entonces -explica Rivas- muchas personas asumen que un mismo cálculo les dirá cómo construir su humedal, lo cual es imposible. También sucede que solo se preocupan por una etapa del humedal, no lo ven como un proceso de varias etapas de ‘digestión’”.
La falta de eficiencia de los humedales genera que muchos de los recursos que se invierten en ellos terminen, como la mayor parte de las aguas negras del país, desperdiciados.

"En otra comunidad, cerca de aquí, se intentó hacer una planta parecida a la de Santiaguito para la que invirtieron cerca de 14 millones de pesos. Pero no se construyó adecuadamente, porque las bombas que debían subir el agua para iniciar el proceso de tratamiento por gravedad requerían mucha electricidad y debían pagar miles de pesos al mes de luz", explica Santos Vázquez. Así que pesar de la gran inversión, la planta está parada.

Es por eso que, aunque no son los primeros, la historia de Santos Vázquez y el innovador plan para modificar su traspatio resultan tan únicos. En su humedal apenas ha invertido cerca de 400 mil pesos y, después de 5 años, a diferencia de todas sus similares, la planta de Santiaguito “funciona al 100 por ciento de su capacidad”, me dice Santos orgulloso.

¡A la cancha!

Hace unos años, la cancha del futbol de Santiaguito era digna de un cuadro desolador. Parecía más un terreno baldío, seco y polvoriento, en el que sólo algunos pobladores se reunían a jugar alguna cascarita. Así que Santos, apoyado por su comunidad, decidió utilizar los 18 mil litros que trataba el humedal para regar la cancha de futbol dos o tres veces a la semana.

No pasó mucho tiempo para que empezaran a ver la transformación de ese terreno baldío en una cancha de pasto verde rozagante. "Cuando los de la Comisión Nacional del Deporte (CONADE) supieron que estábamos regando la cancha con planta residual tratada en humedales, decidieron construir gradas y mejorar las instalaciones de la cancha”, cuenta Santos. Poco a poco fueron llegando equipos y ligas locales interesados en rentarla y hoy se renta hasta cuatro veces a la semana, lo que ya es una ganancia económica para el pueblo.

Además del impacto social que trajo la cancha, la planta de Santiaguito tuvo un par de impactos individuales que llevan por nombre Emilio y Pablo, dos pobladores del barrio, de más de 50 años, que sin haber terminado la secundaria, aprendieron la esencia del proceso biológico y técnico del tratamiento y fueron los responsables de que haya funcionado la ruta desde el cárcamo a la cancha de futbol.

"Pablo tenía problemas con el alcohol. Desde que empezó a trabajar dándole mantenimiento a la cancha y regándola con el agua tratada, lo dejó. Yo creo que la planta le cambió la vida", dice Santos.

El humedal también le cambió la vida al profesor chapinguero. Han pasado unos meses desde que se retiró tras 25 años de prestar servicio a la universidad. A pesar de lo duro que ha sido el retiro, dice sonriendo que la planta lo mantiene activo. Va a congresos, imparte talleres, gestiona recursos para seguir con el mantenimiento y hasta libra algunas batallas con los vecinos que creen que gana mucho dinero del manejo de agua.

"La verdad -dice con voz baja- es que a veces pongo de mi bolsa. Pero es que para mí lo importante es seguir con el proyecto y poner en alto el nombre de Chapingo. Así, siento que sigo haciendo algo".

Infografía: Natalia Rentería